Llegó el momento, tu momento, …… ¡Qué largo y qué corto, a la vez!
Cuántos recuerdos, vivencias y encuentros dejas en nuestra memoria y en nuestras vidas. Tú has sido para mí la eterna enamorada de tu marido y de tus hijas, llena de humanidad para con los tuyos.
Dicen que un amor sincero no muere jamás. Que la memoria de las personas queridas vive siempre en nuestros corazones… Y me contesto a mí mismo haciéndome eco de los que se hacen preguntas sin respuestas: “Pero ha muerto”.
Te tengo que decir que no se me ocurre casi nada para consolar a los tuyos y míos, porque cualquier palabra se hace vacío en el que se pierde hasta el eco. Tu ausencia enmudece mi voz y se me hace un nudo en la garganta.
Pero se me ensancha el corazón cuando te recuerdo con un libro entre las manos, con muchos libros entre las manos, lectora empedernida. De ellos seguro que tomaste en su momento pistas positivas para enriquecer tu vida.
Yo nunca pude regalarte un libro porque, para cuando yo llegaba con buenas intenciones, tú ya le habías leído.
De uno de esos libros, que los dos hemos leído, te recuerdo unas frases que recogí en mi cuaderno de notas.
“No levantes muros, son peligrosos. Aprende a traspasarlos”
“Vive cada momento de tu vida, pues cada uno es precioso y no puede malgastarse”
“Muéstrate tal como eres, dando tu amor, pero sin renunciar a ti misma”
“Todo es posible en todo momento”
A lo largo de tu vida has tenido motivos para revelarte contra todo y contra todos, pero yo nunca oí brotar de tus labios una palabra amarga.
Los últimos años de tu vida han sido para ti un “sinvivir” Tú sabías mejor que nadie, lo que te mataba por dentro, pero te agarraste fuerte a la vida y al cariño de los tuyos (Estoy seguro de que también llamaste a las puertas de Dios, ¿con los nudillos? ¿Con miedo?.
Hasta el final te mantuviste de pie e hiciste de tu retiro en ……. un lugar de encuentro familiar, donde eras feliz, y todos contigo.
Muchas veces estuviste tentada a abandonar, demasiado dolor para tan pocas esperanzas. Pero animada por los tuyos, seguiste ofreciéndote, que no abrazándote, ¡qué paradoja!, a sus esperanzas.
La última visita que hice a tu casa te encontré muy bien. Era domingo, el lunes volvías a tu suplicio particular. Poco pude hablar contigo, pero no olvidaré nunca esa última comida con ….. y contigo, solitos. Ese día me traje grabadas en el corazón las que, para mí, serían tus últimas palabras: “……, hasta que el Amigo de arriba quiera”.
El día de Viernes Santo yo comentaba tus palabras a la gente de mi parroquia en los Oficios del Viernes. Y ese día comenzaba una cadena de oraciones por tu salud, que se repetirían en todas las Eucaristías.
Todos tenemos una misión en esta vida que es camino hacia la otra que tú ya disfrutas. Tú ya has cumplido tu misión. Nada que reprocharte por mi parte, sino más bien agradecer a Dios que un día fueras de mi familia.
Pide al Dios de Jesús de Nazaret que los que quedamos aquí sepamos hacer con elegancia el camino hacia donde tú estás.
Que el Dios que ya te ha acogido en tu regazo nos lleve a todos los que te queríamos, especialmente a los tuyos, sobre la palma de su mano.
Prepáranos un sitio cómodo junto a ti y ….. junto a Dios.