CATECUMENADO DE ADULTOS/16

Lorena forma parte del grupo de Catecumenado de Adultos que se reúne en la Parroquia Corazón de María. Nos deja su testimonio.

Me llamo Lorena y formo parte del grupo de Catecumenado de Adultos que se reúne en la Parroquia Corazón de María.

Aprovechando la oportunidad que me han dado tanto mi catequista Beatriz como Lola Ros me gustaría contaros qué me ha llevado a este grupo y lo que está suponiendo compartir una tarde a la semana con Beatriz y con mis compañeros, alguno de los cuales se encuentran hoy aquí.

El sacramento que voy a recibir el próximo mes de mayo es la confirmación. La razón de comenzar esta aventura ha sido que este año, si Dios quiere, voy a casarme. Sé que hoy en día dependiendo de la parroquia no es necesario estar confirmado, sin embargo necesitaba hacer las cosas bien, sentía que en cierta forma se lo debía, ya que ha habido dos acontecimientos en mi vida que me han marcado profundamente y en los que he sentido claramente la presencia de Dios: la separación de mis padres cuando tenía 19 años y la muerte de mi abuelo el 25 de julio de 2014.

Durante la adolescencia estuve un poco alejada de la Iglesia. Sin embargo, tras la separación de mis padres mi único consuelo y refugio fue pasar largas horas sentada en la capilla de San Judas Tadeo que hay en el Pilar. Elegí ese lugar casi sin pensar, ya que mi abuela siempre fue muy devota y me enseñó a rezar su oración de pequeña. Allí me quedaba, llorando hasta que me calmaba, y acababa siempre dando gracias porque a pesar de todo, a pesar de ese momento tan duro que estaba viviendo, era afortunada. Nunca pedí nada. Nunca pido nada. Y desde ese 3 de junio de 2003 hasta hoy sólo me pasan cosas buenas, porque hasta las malas, que las hay, son buenas y siento que es porque Dios me acompaña en cada paso que doy.

La separación de mis padres hizo igualmente que no tuviera relación con mis abuelos paternos. Mi obsesión todos estos años era que no se murieran sin poder despedirme de ellos. Cuando estaban en su casa casi no fui a verles, pero cuando entraron en una residencia todo cambió y empecé a visitarles.

 

Mi abuelo no me conocía y a penas de levantaba de la silla pero me daba igual, ya que sólo con estar allí ya me sentía reconfortada. Sin embargo un día cuando me marchaba, al ir a darle un beso me conoció, se levantó de la silla, me dijo que me quería mucho y que no me olvidara de él. En ese momento sentí que se despedía… y al día siguiente falleció. Y quedé en paz.
Y con este importante bagaje y toda la ilusión del mundo empecé allá por el mes de octubre las clases preparatorias en la parroquia. No sabía qué esperar de ellas, e incluso puede que tuviera algún prejuicio, lo reconozco, pero por puro desconocimiento.

Los miércoles por la tarde son la guinda del pastel. Suponen un oasis dentro de un día a día en la que vivimos demasiado rápido. Como siempre nos dice Beatriz antes de leer el evangelio, dejad un lado el estrés y las cosas de fuera y sentid la presencia de Dios padre.

He aprendido infinidad de cosas sobre la vida de Jesús que desconocía, y desde luego ha supuesto un antes y un después en mi relación con él. Espero saber continuar este camino que he vuelto a iniciar dentro de la Iglesia con mi familia y amigos, sabiendo además que siempre contaré con el apoyo de catequistas, párrocos, etc.

 

También he tenido la enorme suerte de formar parte de un grupo de catecumenado extraordinario donde no solamente compartimos nuestra fe sino también una parte de nuestras vidas, siendo recurrentes las preguntas a Alberto por su oposición, a Pilar y Baldesca por sus hijos, las historias de los risueños Mario y Sanlly, las recomendaciones de libros de Larbi y las primeras tímidas preguntas al “nuevo”, Paulo. Y claro también las visitas que de vez en cuando nos hace Juan.

No puedo terminar sin darte las gracias Beatriz por tu alegría, tu bondad y tu paciencia para con nosotros.

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